Escudo de la República de Colombia
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José Andrés Gómez, autor de los libros “Cinco Ramitas de Higuera”, “Los Cuadernos del Doctor Calamar”, “Manual para Cazar una Idea”, “EL Catálogo Maxwell de Objetos Curiosos” y “El Magazín de Famosos aún no Conocidos”.

 

El Trabajo Soñado

            Para algunos encontrar el trabajo de sus sueños es lo más simple del mundo: salen de casa y encima les cae una toga, un alicate o un piano, y su profesión queda elegida. Otros no tienen tanta suerte y deben pelear toda su vida por encontrar su camino. Antonio Numerales es ejemplo de tesón y constancia. A pesar del sueño que tenía, siguió luchando. Un día por fin dejó de tener sueño y fue a trabajar totalmente despierto. Visitamos a este singular personaje para que nos contara su historia. Una historia que nos previene de trabajos que no son lo que uno piensa.

            Ocho cuadras era la distancia que había entre la puerta de la casa del contable Antonio Numerales y la de su oficina en la calle Bienmesabes con la carrera Olorosa. Al recorrerlas por la mañana, su camino se cruzaba con multitud de negocios, los mismos con los que se cruzaba en la tarde pero en orden inverso: una venta de salchichas vegetarianas, un carrito de ensaladas de frutas amazónicas con yogur de leche de camello, un concesionario de vehículos de tercera mano y una tienda de colchones de lujo. Cuando llegaba a su oficina lo primero que hacía era preguntar qué había para contar ese día, porque como todos sabemos, los contables y contadores se dedican a actividades contables, contadoras y a veces contabilísticas. Entonces su bien entrenada secretaria le nombraba lo que había para contar ese día.

            – Ovejas, don Antonio. Un cargamento de ovejas pakistaníes lo espera en el despacho.

           Y con gran precisión, el señor Numerales se ponía manos a la obra y, humedeciéndose los dedos con la lengua para que no se le pegaran, contaba una por una las ovejas, cruzando los números con los que tenía en las planillas, obteniendo raíz cuadrada de la cantidad dividida por cuarenta y tres y multiplicando por el coeficiente secreto que tenía para obtener los datos más precisos. Y claro, como estaba contando ovejas, le daba sueño y se quedaba dormido mucho antes de poder terminar.

            – Don Antonio, que ya es mediodía y hay que salir a comer le decía su secretaria.

         – Veinte por tres dividido X más el cociente Alfa; claro, con sopa de almejas, vaya a comer, por favor contestaba medio sonámbulo y con un hilillo de babas en los labios. Su secretaria ya estaba acostumbrada.

            Y es que no era por contar ovejas que el señor Numerales sentía sueño. Podía ser contando cocos, gatos de porcelana, chanclas o masajeadores capilares para estimular la caída del cabello (que algunos en lugar de tener melenas prefieren ser calvos antes de cumplir los treinta y tres años). El señor Numerales vivía en un estado de perpetua modorra gracias a su trabajo aburrido. Aburrido para él, por supuesto, porque el resto de sus compañeros vivía en un estado de perpetua euforia y no hacían más que contarlo todo, todo el día. Hasta las zanahorias de la sopa que tomaban al almuerzo.

            Un día llegó al trabajo y se dijo “¡No más!”. Pero como nadie lo había escuchado porque se lo había dicho para él mismo, lo repitió en voz alta.

            – ¡No más!

            Y ahí sí le hicieron caso.

            Feliz de la vida se fue a su casa, antes del almuerzo, para replantear su carrera y seguir el llamado de su corazón. Pero como nunca había recibido ese llamado, o tal vez la línea estaba dañada, buscó en el directorio telefónico todos los ejemplos de posibles trabajos divertidos, para ver dónde podría emplearse sin quedarse dormido. Conductor de ambulancias equinas, entrenador de pulgas payaso, cepillador de dientes de ballena o diseñador de moda para extraterrestres. Pero para nada de eso estaba cualificado; solo para contar y contar y, como ya sabemos, no había mejor somnífero para él, sobre todo cuando llegaba un cargamento de ovejas. Desanimado se fue a dormir la siesta y cuando despertó, luego de un enigmático sueño con bailarinas con bigote, lo supo. La idea más atrevida para el cambio de carrera había estado siempre allí, delante de sus narices cada día cuando iba o volvía del trabajo. No, no era ordeñador de camellos para hacer yogur.

            Probador de colchones. Eso era lo que en realidad siempre había soñado.

            – Pero es que para probar colchones se necesita experiencia y sobre todo haber estudiado le dijeron en la tienda Mullidín, que así se llamaba, cuando fue a pedir el puesto.

            Ni corto ni perezoso, Antonio se matriculó en la Academia de Probadores de Colchones A Dormir Se Dijo. Como en la tienda le habían prometido guardarle el puesto hasta que se graduara, un futuro pleno de oportunidades se abría ante él. Lo que no sabía era que no se trataba de un simple curso de un par de semanas, sino una carrera universitaria completa y especializada, que requería de toda su atención. Cuatro años de Epistemología Colchonística, Estudios Resorteriles I y II, Técnicas de Postura Somnolienta y, por supuesto, la tesis que debía ser una profunda y concienzuda investigación. Probar colchones era toda una ciencia aplicada que requería de conocimientos precisos y afinados. ¡Nadie quiere que un resorte se suelte en mitad de la noche y se le clave en una costilla!

            Pero para Numerales nada de esto era un obstáculo. Las ansias de superarse vencían por knockout al cansancio y las exageradas horas de estudio en casa, siempre al mediodía, porque las clases empezaban de madrugada, justo cuando todos dormían. En la universidad las prácticas eran en una cama, no en un escritorio, durmiendo profundamente. Pero vaya sí había que dormir profundamente. ¡El profesor a veces regañaba a los que se quedaban despiertos!

            – ¡Usted, cierre los ojos inmediatamente, no se distraiga!

            Al otro día se levantaban todos con ojeras, del esfuerzo de la noche.

            Tras años de ahínco, finalmente llegó el día de la graduación y el señor Numerales lo hizo con honores. El rector de la Universidad le entregó el diploma de grado y la medalla summa cum laude in extremis dormidus por su investigación “Técnicas de Ensoñación Estructuradas según el Método Schiffer de Probaduría de Colchones para la Aplicación en la Resistencia de Resortes”. Una locura. Nadie entendía eso, solo dos profesores muy avanzados que habían estudiado el sueño de los salmones vegetarianos en Venezuela. Esa noche la fiesta fue salvaje: todos los alumnos hicieron una guerra de almohadas y se fueron a dormir a las dos de la tarde. Eran puro desenfreno. Nadie les podía seguir el ritmo.

            Con la felicidad y el optimismo propios del recién graduado, Antonio Numerales se dirigió al empleo de sus sueños para por fin ganarse el pan con un trabajo apasionante. Habían sido años soñando para llegar allá. Pero cuál no sería su sorpresa al ver que el local donde estaba la colchonería había cerrado. Desesperado, gritó al cielo:

            – ¡Qué clase de castigo me impone el destino! ¡Por qué la vida no recompensa mi paciencia!

            – Oiga, nos mudamos aquí al lado, no desespere le dijo el dueño, que le estaba guardando el trabajo.

            Je, je. Qué drama. También podía haber estudiado teatro exitosamente, el señor Numerales.

            Antonio obtuvo inmediatamente una espaciosa oficina con una cama de dos metros de largo por uno cincuenta de ancho. Las reuniones las hacían en un sofá cama debajo de la biblioteca donde había una generosa selección de libros sobre sueño y colchones. En definitiva, el empleo de los sueños. Literalmente.

            El trabajo consistía en probar cada colchón que salía de la fábrica. Cada semana salían treinta y cinco colchones que debían pasar por el control de calidad del señor Numerales, que anotaba en formatos, observando que cumplieran todas las características necesarias: el tipo de sueño que producían, el coeficiente de presión del resorte con la espalda, los ángulos correlativos almohada-colchón. No era un trabajo fácil y requería de mucho esmero. Y mucho sueño.

            Pero el trabajo comenzó a acumularse a las pocas semanas. Colchones y colchones lo esperaban a la entrada de su oficina. De repente tuvo que empezar a llevárselos a su casa para probarlos en sus ratos libres y cumplir con las metas. El estrés era tremendo. De tanto trabajo ya no podía descansar. Horas y horas durmiendo en la oficina le quitaban el sueño al llegar a casa. Comenzaba a añorar las ovejas que contaba en su anterior empleo para poder dormir en la noche.

            –¡Rápido, necesitamos enviar el nuevo cargamento probado a Finlandia para una colonia de esquimales saltimbanquis! le gritaba el jefe.

            Y el pobre Antonio, con sus ojeras, ya no podía más. Tomaba tacitas de té de manzanilla a toda hora, a ver si podía relajarse, pero no le daba. Así que un día harto de todo se dijo a sí mismo: “¡No más!”. Como nadie lo había escuchado, se dispuso a gritarlo para toda la compañía, pero su jefe entró antes de que dijera nada y fue él quien gritó:

            – ¡No más!

            En Pijamalarga, un país poco conocido en un extremo de Asia, su presidente había encargado por correo, semanas atrás, un colchón Mullidín, atraído por las referencias que amigos diplomáticos le habían dado. A sus oficinas llegó justo uno de los tantos que el señor Numerales se había encargado de probar, con tan mala suerte que, la tarde en que lo había hecho, durmió acurrucado en un ladito de la cama sin probar el otro. Y fue justo ahí donde un resorte inquieto esperó también acurrucado para hacer de las suyas, y aguardó a que el presidente de Pijamalarga se fuera a dormir para desperezarse en medio de la madrugada y clavarse en una de sus costillas. Como resultado, por falta de sueño, el presidente firmó pésimos tratados al día siguiente, entre ellos un préstamo a una fábrica de escobas que barrió con la economía. Por poco lleva al país a la ruina. Y claro, la reputación de Colchones Mullidín quedó en entredicho.

            ¡No más! volvió a decir el dueño de Mullidín, despidiéndolo con todo el drama que la situación ameritaba. Pero, extrañamente, el señor Numerales no se inquietó.

            Un fresquito sopló por encima de la cabeza de Antonio, y no, no era el ventilador de la oficina. Como si sus pies se elevaran del suelo, recorrió flotando el camino de la tienda de colchones hasta su casa. Allí, flotando todavía, se metió debajo de las cobijas de su cama y durmió tres días y tres noches seguidas, sin pensar ni analizar coeficientes, sueños ni variables, solo una vieja y tradicional siesta. Enorme, eso sí.

            Cuando despertó, fresco como una lechuga, abrió el periódico y sin pensarlo demasiado señaló el primer empleo que encontró y se apuntó en él. Encargado de la limpieza en un colegio. No era su empleo soñado, uno, porque seguramente nadie sueña con escobas y trapeadoras, y dos, porque realmente ya ni sabía qué empleo debía soñar. Así que al otro día se vistió, se preparó y salió rumbo a su nuevo empleo como conserje en la Preparatoria Rosquilla de Manzanas. Su jefe lo instruyó en las técnicas básicas de limpieza en colegios y comenzó su nueva carrera.

 

¿Y saben qué ocurrió? Que aunque su empleo no es un sueño, es un empleo sencillo, en el que no tiene que estar pensando y analizando y corrigiendo, sino simplemente haciendo lo que debe hacer, con tranquilidad. Los alumnos lo tratan bien y nunca nadie le pide que se lleve a casa un baño para limpiarlo, por lo que puede visitar a sus amigos, salir con ellos, disfrutar de las tardes y beber limonadas de coco, que aunque no son raras ni extravagantes, a él sí le gustan mucho. Y así no tiene que pensar en sueños y esperanzas sobre el futuro, porque aquí y ahora ya vive tranquilo.