Escudo de la República de Colombia
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Está sentada tres filas delante de mí. No ha girado a mirarme durante el vuelo. No nos vemos a los ojos desde hace varias horas, cuando iniciamos este viaje de retorno y de finales.

—Personal abordo, prepararse para el aterrizaje —suena por los altavoces.

Momentos después la voz de la azafata solicita abrocharnos los cinturones y enderezar las sillas. Veo que ella se mueve un poco, acomodándose el cinturón, tal vez. Dos días atrás hicimos el viaje de ida, íbamos felices, o eso creía yo, uno al lado del otro. Nos casamos hace pocas semanas, pero decidimos aplazar la luna de miel para que coincidiera con nuestras vacaciones. Creímos que el matrimonio era la consolidación tras años de intentar que el amor superara las diferencias que nos separaron tantas veces.

Ninguno quiso equivocarse ni fracasar. Confiamos tanto en el amor que nunca comprendimos por qué, si nos amábamos, peleábamos de manera tan recurrente. Quizás alguien nos haya dado algún consejo donde nos invitaba a entender que era posible amarse y no ser felices juntos; que era mejor conservar el amor y mantener la distancia.

Pero, ¿cómo entender algo así sin vivirlo? El avión se inclina asumiendo postura para aterrizar. Es una estúpida broma de la vida que justo sea este aeropuerto donde concluye nuestra historia. En varias ocasiones, por cuestiones de trabajo nos cruzamos aquí, tras meses sin vernos; era como si la sala de espera se hubiera propuesto perpetuar esta relación. Creo que sin esos encuentros la distancia habría ganado y tal vez, tal vez, nunca nos habríamos casado. Es la primera vez que no deseo un buen aterrizaje. No quiero que el vuelo termine. Me niego a pensar que esto es el final. Pero, opuesto a mis emociones, casi no se siente el retorno a tierra.

—Bienvenidos al Aeropuerto Olaya Herrera de la ciudad de Medellín… —la azafata continúa con su discurso repetitivo.

Ella baja primero del avión. Permito que otros pasajeros me adelanten para no cruzarnos. En el pasillo que lleva hasta la zona de equipajes, la veo caminar con seguridad, varios metros delante de mí. ¿Seguirá convencida de las palabras dichas hace doce horas? Yo he comenzado a dudar. He amado durante tanto tiempo a esta mujer que no sé cómo será mi vida sin ese amor; que no sé, aunque este sea el adiós, si lograré sacarme lo que siento hacia ella. Cuando la puerta de la zona de equipajes se cierra tras de mí, la veo esperando con actitud impaciente. Ruego para que mis maletas salgan rápido y abandonar primero este lugar dejando aquí una parte de lo que fui por más de diez años.

Ella toma sus maletas y camina hacia mí. El vacío me golpea.

—Espero que tengas una feliz vida—dice apretando los dientes, en el tono más neutro que le es posible.

Soy incapaz de responderle. La veo caminar y cruzar la puerta de salida. La del aeropuerto y la de mi vida.